jueves, 21 de noviembre de 2013

Medición de actitudes frente al consumo de tabaco en adolescentes

El tabaco ha sido durante el siglo XX uno de las mayores causas de mortalidad en los países industrializados. Las agresivas campañas publicitarias de las tabacaleras consiguieron asociar los cigarrillos con valores socialmente reconocidos como la independencia, la madurez o la libertad, lo que popularizó enormemente su consumo, primero entre los hombres y posteriormente también entre las mujeres. Sin embargo, paulatinamente la sociedad ha ido adquiriendo conciencia de las enormes afecciones a la salud que ocasiona el tabaco, emprendiéndose desde diversos sectores sociales e institucionales una batalla contra el consumo del mismo.

Fumar es un acto por lo que las relaciones y el contexto sociales en el que se desarrolla, juegan un papel muy importante en el consumo de tabaco.

La adolescencia es un período de transición entre la infancia y el mundo adulto. El comportamiento del adolescente y el trato que éste recibe de los adultos se mueven entre estos dos mundos, soportando por ello numerosas contradicciones. Ni el adulto comprende al adolescente ni éste se siente comprendido por el adulto, por ello no sorprende que los referentes del adolescente dejen de ser los padres y otros adultos para ser sus iguales, con quienes tienen una conexión mucho mayor.

 El inicio en el tabaco forma parte de un proceso de maduración e independización que trae consigo la adolescencia. En ese proceso, la familia pierde su centralidad y entran en escena, hasta ocupar el primer plano, los amigos y una amplia variedad de actividades nuevas como son: salir de fiesta a bares o antros, tener las primeras experiencias de tipo sentimental y/o sexual, hacer botellón, fumar porros, etc. Teniendo en cuenta esto, se parte de la idea de que hay una adicción social al tabaco, es decir, a las sociabilidades que se tejen en torno a él o en las que el tabaco está inserto. Consumir cigarrillos es pues lo mismo que vivir esas redes. Y vivir esas redes es lo propio de la adolescencia, un modo de estar en el mundo nuevo, un mundo peligroso, ya que están haciendo algo que ante algunas personas está mal.
La secundaria o preparatoria es el lugar donde más tiempo pasa a lo largo de la semana el adolescente y es allí donde establece la mayor parte de sus relaciones sociales y de su proceso de socialización. El otro momento importante de la semana es el ocio del fin de semana (tarde y noche del viernes y, sobre todo, del sábado), ya que es cuando conoce nueva gente, coquetea con personas que le gustan, experimenta con las drogas o reafirma su identidad de pertenencia al grupo. Además, durante el período estival, el adolescente suele relacionarse en otros contextos (la playa, el pueblo) que le abren las puertas a nuevas relaciones y experiencias.

El tabaquismo se produce en un contexto de colisión entre el orden instituido y la potencia instituyente que traen consigo los adolescentes y que nos muestran otros modos de ser de lo social. El orden genera en su mayor parte conductas que oscilan entre la bipolaridad esquizoide, el cinismo y la perversión. Todas ellas son conductas anómicas generadas por un orden que tiene un carácter paradójico y que dificulta la coherencia.

 “Engancharse” es una palabra muy común entre los adolescentes, tanto fumadores como no fumadores, que suele asociarse a un discurso victimista que termina hablando en términos de culpabilidad o debilidad. Estamos ante una palabra que forma parte de un campo semántico construido (para los observadores no fumadores) o inducido (en el caso de los participantes fumadores) por los discursos elaborados desde las instituciones.
Internet y, en especial, las redes sociales como facebook y twitter juegan un papel muy importante en la vida social del adolescente, siendo un espacio virtual en el que también se relaciona y que, por tanto, hay que considerar y tener muy en cuenta.

La clave para acceder al mundo de los adolescentes: la importancia de los medios.
La adolescencia se define, de hecho, como una etapa de tránsito entre la infancia y la adultez. Por lo tanto, no podemos pensar que los mensajes y los medios que se utilicen han de ser los mismos que en los adultos. Además, los adolescentes ponen en funcionamiento vías de comunicación novedosas que difieren sustancialmente de las de los adultos.

En este sentido, hay dos claves a tener en cuenta: el emisor de los mensajes, respecto a lo cual ha quedado demostrado que tienden a disponer de mayor capacidad de incidencia si proceden de personas o ámbitos en los que tienen confianza (sus iguales); y el medio, respecto a lo que hemos podido comprobar que Internet posee cada vez más trascendencia.

Internet juega un papel muy importante en vida de los adolescentes, por lo que debe ser una herramienta a utilizar en la difusión del mensaje preventivo. Una de las características que hace que la red sea tan eficaz es que el mensaje llega directamente a través de conocidos o bien es el propio adolescente el que busca la información. Por ejemplo, mientras un anuncio de televisión el adolescente lo tiene que ver “obligatoriamente” (salvo que cambie de canal mientras duran los anuncios), un video colgado en Youtube lo ve de manera voluntaria y únicamente accede a él si algún amigo le envía el enlace o si directamente lo busca él.

Especialmente importantes y eficaces son las redes sociales entre la población adolescente, pues son redes de confianza en las que se accede a la información de aquellos amigos que previamente se han aceptado como tales.

El consumo

 La entrada en la adolescencia provoca un cambio en la percepción del tabaco, abandonándose el rechazo que se producía en la infancia y aceptándose como algo propio de la transición a la vida adulta.
El cambio en la percepción que los adolescentes tienen sobre el tabaco viene motivado por la influencia de sus amigos y personas de su entorno social. Esta presión del grupo no es explícita ni consciente pero sí muy efectiva y explica que los adolescentes cuyos amigos son fumadores tengan una mayor posibilidad de repetir las experimentaciones y adquirir el hábito.

 Las redes sociales son, por tanto, mucho más fuertes y eficaces que el entorno familiar, educativo e institucional a la hora de influir en el comportamiento del adolescente.
Para muchos adolescentes los jóvenes de un entorno social bajo tienen una mejor imagen que el tabaco y tienen una percepción muy baja de sus riesgos, lo que favorece su consumo. Este consumo de dichas personas, que es bastante elevado, favorece un posterior consumo del tabaco. Es decir, hay adolescentes que consumen tabaco como consecuencia de su consumo de personas de apariencia
“mala”, para así sentirse igual que esas personas.  Se puede diferenciar a grosso modo entre dos tipos de fumadores adolescentes: el fumador esporádico, que suele fumar sólo algún cigarro el fin de semana, y el fumador habitual, que fuma casi todos los días varios cigarrillos.

El consumo de tabaco entre la población adolescente es muy irregular, variando mucho la cantidad que se fuma, la cual depende del momento de la semana (se fuma más los fines de semana), de la actividad que se realiza (se fuma más si se está de botellón o de bares), de la compañía con la que se está (se fuma más en compañía de amigos fumadores), del acceso al tabaco (cuando no se tiene dinero para comprar tabaco apenas se fuma) o de la libertad de la que se disfruta (se fuma más cuando no hay una vigilancia de los adultos).

La mayor parte del consumo de tabaco se realiza en compañía de amigos fumadores. En el caso de los fumadores esporádicos, sólo fuman con otros amigos, mientras que los fumadores habituales, aunque fuman la mayor parte de los cigarros en compañía, también fuman en solitario. Este carácter social del tabaco evidencia la existencia de una fuerte adicción social al mismo, la cual va dejando paso a la adicción física en la medida en que se incrementan los cigarros consumidos en solitario, siendo en estas edades mucho más fuerte la adicción social que la física.

Los motivos aducidos para fumar varían mucho según con quién se hable. Los expertos consideran que los adolescentes fuman para parecer mayores, sentirse mejores y más seguros e integrase en el grupo. Los adolescentes no fumadores comparten esta visión mientras que los adolescentes fumadores dicen que fuman simplemente porque les gusta, rechazando la idea de que lo hacen para sentirse más grandes o mejores, si bien sí que reconocen que a veces fuman para relajarse.

Existen diferencias de género en cuanto a las motivaciones que incentivan el consumo de tabaco, siendo especialmente eficaz entre las adolescentes el mito de que el tabaco adelgaza. Igualmente, el mito de que el tabaco relaja tiene mayor influencia entre las chicas, quienes recurren en mayor medida al tabaco en situaciones de tensión, como un examen o un problema personal.
Muchos de los motivos que favorecen el consumo de tabaco (inseguridad, baja autoestima, nervios…) obedecen a factores psicosociales relacionados con el desarrollo de la personalidad del adolescente. 

Fomentar la autoestima y la seguridad en sí mismo, así como el desarrollo de una personalidad madura y responsable, es el mejor factor protector frente al tabaco.


El tabaco ocupa ya un lugar muy importante en la vida de los adolescentes fumadores, puesto que pueden llegar a modificar sus actividades buscando poder fumar o incluso valoran el haber tenido un buen día en función de la libertad y tranquilidad con la que hayan podido fumar.  
El tabaco es muy accesible para los adolescentes, quienes no tienen problema para comprarlo, puesto que hay muchos establecimientos (sobre todo bares) que dispensan tabaco a menores, incumpliendo de esta manera la normativa al respecto.  Si en alguna ocasión los adolescentes no tienen tabaco es porque carecen de dinero para comprarlo. Cuando esto ocurre, fuman mucho menos y lo poco que fuman es porque son invitados por algún amigo.

No existe un apoyo entre los adolescentes fumadores a la prohibición de fumar en bares. Sin embargo, la experiencia de los antros indica que dicha prohibición es aceptada sin mayor problema por los adolescentes y que incluso tiene sus beneficios para los fumadores puesto que favorece las conversaciones con gente que no se conoce en la puerta del antro.
Los adolescentes contemporáneos ya no son objeto de la publicidad de las compañías tabacaleras que les incite al consumo de tabaco, por lo que prácticamente puede eliminarse en la actualidad la publicidad como causa del inicio al tabaco, si bien parece evidente que las tabacaleras continúan promocionando el tabaco de manera subliminal a través de, por ejemplo, series y películas.
Las campañas publicitarias de prevención del tabaquismo parece que no tienen un impacto muy significativo. Por un lado, como consecuencia de que los adolescentes se sienten mucho más influidos por sus redes sociales de amigos que por las instituciones, pero también como consecuencia del formato y estilo de dichas campañas, las cuales no consiguen generar confianza en sus destinatarios, quienes las perciben como un anuncio publicitario más.

El acceso a la compra de tabaco por parte de los adolescentes se produce sin mucha dificultad a pesar de su prohibición. Esto se debe fundamentalmente a que existen numerosos puntos de venta que no respetan la ley y venden tabaco a menores de 18 años. Cuando no les resulta posible comprar tabaco, recurren a personas mayores para ello.

La prohibición de comprar y vender tabaco a menores no se hace extensible a su consumo, lo que es percibido como contradictorio por los adolescentes, quienes no entienden que no les permitan comprar pero sí puedan fumar (salvo en determinados lugares donde está prohibido).
El impacto de las campañas publicitarias no parece que sea muy relevante a juzgar por el escaso recuerdo de las mismas que tienen los adolescentes. Además, incluso consideran que el continuo mensaje de que no deben fumar precisamente produce el efecto contrario y les incentiva la curiosidad por probar el tabaco.

La información que se aporta en las campañas y en los mensajes del mundo adulto no parece que sea muy eficaz, en parte porque se alude a temas de poca importancia para el adolescente (como la salud a largo plazo) y en buena parte porque se repite la misma información muchas veces, lo que produce una saturación del mensaje y provoca un cierto hartazgo en el receptor.
Esta saturación del mensaje contrasta con la percepción que el adolescente tiene del pasado, pues consideran que cuando comenzaron a fumar sus padres había mucha menos información. Sin embargo, en la actualidad, ellos se consideran sobradamente informados, lo que no favorece que sean receptivos a recibir una información que ellos consideran que ya conocen.  
El hecho de que el padre o la madre fumen favorece que también lo hagan sus hijos debido a que el consumo paterno de tabaco ayuda a que el adolescente perciba éste como algo normal y propio de los adultos. Además, hace que las advertencias frente al tabaco del padre o madre fumador resulten muy inconsistentes y sean percibidas por el adolescente como parte de la hipocresía del mundo adulto.
La importancia de los hábitos familiares de consumo de tabaco en la iniciación al mismo forma parte de un entramado complejo de relaciones que va más allá de la propia familia y que influye notoriamente en la percepción del adolescente sobre el tabaco.

El tipo de autoridad que los padres ejercen con su hijo condiciona el tipo de relación que mantienen con él, teniendo por tanto el adolescente más o menos confianza en sus padres para hablar las cosas. Un tipo de autoridad más prohibicionista favorece que el adolescente realice su consumo de manera clandestina un tiempo más prolongado, además de que hace mucho menos eficaz la información y advertencias que recibe de los padres.
El control de los padres sobre las actividades del hijo fuera del hogar también influye en el consumo de tabaco, siendo éste mayor cuando el grado de control es menor. Dentro del hogar, el consumo prácticamente se limita a los momentos en los que el adolescente está sólo en casa y únicamente se produce cuando el hábito ya está asentado.

Ha quedado claro que los adolescentes se sienten adultos y tienden a recrear un mundo de adultos. Por lo tanto, parece evidente que cualquier acción encaminada a producir un cambio en su comportamiento, como la reducción del consumo de tabaco, ha de estar fundamentada en esta forma de entender su posicionamiento ante la vida.
Ha quedado demostrado que cualquier acción encaminada a convencer al adolescente de que no debe fumar, porque todavía no es adulto, está destinada al fracaso. Es más, es posible que refuerce todavía más sus deseos de probar e iniciarse en esta práctica.

Entre los elementos que componen el sentirse adulto, se encuentra, sin duda, la posibilidad de tomar decisiones por ellos mismos, lo que hemos denominado como ansias de libertad o, en otros apartados del informe, la puesta en marcha de comportamientos autónomos (en contradicción con los heterónomos, que son propios de la infancia). Pero el consumo de tabaco no se explica sólo por las ansias de libertad de los adolescentes, sino que tiene mucho que ver con la satisfacción de determinadas dimensiones psicosociales, tales como la confianza, la autoestima o el sentimiento de pertenencia a un grupo. Deseos que pretenden satisfacerse, entre otros medios, a través del tabaco como consecuencia de una situación de construcción de su propia personalidad (desde el punto de vista del adulto: inmadurez) y de sobreestimación de los aspectos estéticos y simbólicos. Por ello, la formación que mejor puede prevenir el consumo de tabaco es una formación integral de la personalidad que compense tales aspectos y, por tanto, evite el consumo. Es decir, no puede entenderse la prevención del tabaquismo de manera aislada, sino que debe estar integrada en la formación de la personalidad del adolescente desde postulados críticos y maduros. 



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